jueves, 29 de julio de 2010

Trampa


Se encerró él solo. No podía echarle la culpa a nadie.

El capataz le estaba haciendo una broma y él la obedeció. Sin chistar, como siempre. Le habían dicho que si trabajaba duro nunca le iría mal en la vida. Él trabaja muy duro, y le iba mal. Se despertaba cada día a las cinco y media de la mañana y volvía a casa a las diez de la noche. De lunes a sábado. Trabajaba mucho y ganaba lo justo para vivir. Le habían mentido. Era también una broma y la obedeció. Se había dado cuenta de que era una broma pero seguía poniendo las baldosas, una detrás de otra. Y no quería pensar en lo que pasaría cuando se fuera acercando al rincón. Sólo pensaba en el cemento, en la siguiente baldosa, en la distancia entre una y otra. Y se iba encerrando y ya casi no le importaba lo que pasaría más adelante. Y creyó que quizás esa era la idea de trabajar duro, no pensar en lo que pasará más adelante. Y se tranquilizó. Y miró hacia el rincón y respiró aliviado.


Y se puso a llorar.