lunes, 19 de julio de 2010

Escenógrafo



¿Quién revisará nuestras cosas cuando finalmente muramos?
¿Con qué permiso?
¿Por qué no me convence, por más que lo intente, pensar que una vez del otro lado da lo mismo lo que hagan?
¿Y los secretos?
¿Las cartas?
¿Cuánto tarda en darse de baja una cuenta de mail que no tiene actividad?
¿Qué hace internet con todos esos años de diálogos, noticias, peleas, reencuentros?
¿Y la piedrita, como sabrán lo que significaba?
¿Y el ticket de tren?
¿Y si cada uno pusiera en una caja esas cosas íntimas para destruir una vez muerto, la respetarían?
¿Tiene derechos un muerto?
¿Habrá hecho alguien alguna vez un testamento detallado, desde las cucharitas hasta la moneda encontrada en la calle?
¿A quién le gustaría recibir de herencia una maderita que evoca un recuerdo cercano pero ajeno?
¿Cuánta decepción habrá habido post-mortem?
¿Cuántos secretos se habrán hecho públicos sin permiso?
¿Cuántas piedritas y maderitas y tickets y monedas se habrán tirado por no significar más que eso?


¿Habrá pensado que llegaría el día en que su tumba tendría flores secas?
Por suerte nadie se lo dirá..