
Actúa sin pensar mucho, va haciendo. Mueve los dedos y la música que sale de su Hang le gusta. Va incorporando nuevos cambios sin perder el ritmo en el cual se siente cómodo.
La gente pasa y se interesa por su música. Están un rato, dejan unas monedas de admiración y siguen (a veces los echa él dejando de tocar, de repente, sin previo aviso). Nadie llega a sentir el ritmo de base, el que lo acompaña desde la mañana, cuando se sienta en su sillita plegable. Esa sillita cuya mayor virtud es la de ser plegable y transportable.
A veces él también se deja plegar y transportar por otro músico que sigue su propio ritmo. Eso también le gusta. Tanto como la música que sale de su Hang. Tanto como sus canas en la barba.