miércoles, 29 de octubre de 2008

Lagrimosa


Desde que pisó la ciudad no para de llorar. Algunos días llora por dar de comer a sus hijos, otros por que Dios bendiga a quien sea que le dé una moneda. Ni tiene hijos ni cree en Dios. Llora como profesión, quizás en otra época habría conseguido trabajo como plañidera. Hace poco le hablaron de lo que estaba pasando en su país, historias desgarradoras que involucraban a familiares y amigos. Hizo un esfuerzo sobrehumano por llorar y no pudo. Ya no sabía cómo se hacía en serio. Un primo estuvo a punto de mostrarle una moneda para que se soltara; alguien lo frenó a tiempo.